Café

sábado, 27 de septiembre de 2008 en 10:53
¿Os he contado alguna vez lo que me ocurrió hace un par de años en una cafetería? ¿No? Bueno, no es algo de lo que suela hablar, pues aún me deja un sabor agridulce en los labios cada vez que pienso en ello. Pero ya sabéis como soy, cuando me he tomado un par de cervezas olvido el sabor de mi saliva y recuerdo más historias de las que debería. Quizás sea un buen momento para contároslo.

Veréis, estaba yo en un café en la calle mayor. No era una de esas típicas cafeterías de turistas, de hecho todos los del café parecían clientes habituales. La gente allí, era de la que suele languidecer en sillones con un libro en las manos y una copa sobre una mesita. Yo había ido alguna vez por allí, el sitio era relativamente caro, pero preparaban unos tés muy buenos, la mezcla de té verde, menta y hierbabuena era la mejor que había probado en mucho tiempo. Y por si eso fuera poco podía pasarme horas y horas leyendo y escribiendo en aquel sitio.

La gente allí era como atrezzo de la obra interior que se llevaba a cabo todas las tardes. La gente no solía meterse en los asuntos de los demás. Excepto el dueño, que tenia vocación de psicólogo, así que en algunas ocasiones se sentaba con alguien a escucharlo y a hablar con él. Le llamaban Sam, por lo que debía de llamarse Samuel, pero no tenía cara de Samuel. Era alto y fuerte, sus ojos eran almendrados y tenia el pelo rubio, muy corto, casi blanco, tenia la barba pulcramente afeitada dejando una pequeña perilla y un ligero bigote. Solía vestir pantalones blancos y camisas de colores vivos, siempre me recordaba, en su forma de vestir, a un cubano.

Supongo que llego el momento en el que me convertí en cliente habitual. Sam ya no esperaba a que pidiera para llevarme mi té. Era como si estableciéramos contacto visual, y yo le dijera "lo de siempre". ¿Sabéis? Siempre me habían gustado las escenas de película en las que el protagonista pide "lo de siempre" y la chica de turno se queda embelesada. En la vida real, es bastante más aburrido. Te hace darte cuenta de que en verdad tu vida es una monotonía, siempre lo mismo, siempre tan previsible.

Así pues en una ocasión miré a los ojos de Sam y le dije "lo que quieras". También era una frase de película, de esas que hay que decir una vez en la vida. Creo que Sam se animo, pues cogió un paño y acabo de limpiar una copa larga de las que tenia encima de la barra. Sonriéndome pareció medirme, juzgarme, sopesarme, comprobarme. Al tiempo se acerco a mi mesa con una copa larga, en su interior había un liquido que pasaba de amarillo en la base a rojizo en la boca. Le di un sorbo y el sabor de la fruta llenó mis papilas. Era un suave batido, muy fresco, tenia un punto de fresa y sandia. Mire a Sam, y le di las gracias y mi aprobación.

Aquella noche me quede escribiendo hasta muy tarde. Solía llevar el ordenador portátil conmigo, y como a Sam no le importaba acostumbraba a quedarme allí mucho tiempo. A lo largo del batido habían aparecido los sabores de la naranja, del melocotón, del mango, del plátano y de la piña. Tras la piña, ya apenas quedaba nada en el batido, levante la vista y vi que el café estaba vacío, tan solo Sam limpiaba unos vasos. Levante la mano y le llame, pidiéndole una carta.

Sam y yo sabíamos que iba a pedir una ración de pollo crujiente y una de pan con tomate. Pero teníamos nuestro ritual. Yo tomaba la carta. La miraba durante largo tiempo. Finalmente él, me preguntaba "¿Sabes ya que vas a pedir?" A lo que yo respondía "Creo que hoy tomare pollo crujiente y pan con tomate". Como siempre el ritual se repitió, por que al fin y al cabo, mas vale bueno conocido que malo por conocer.

Cinco minutos mas tarde, lo que me hizo sospechar que Sam comenzaba a estar habituado a mis horas de apetito, Sam vino con la comida preparada. Era uno de los pocos sitios en los que el pollo sabia a pollo. Y por mucho que la gente diga que todo sabe a pollo realmente nada sabia como ese pollo. Decidí que ya que estábamos los dos solos allí y yo me proponía tomarme una pausa estaría bien que nos sentáramos juntos. Y así se lo hice saber.

Sam me dijo que al fin y al cabo no seria mala hora para que cenara el también. Y que si no me importase. Al contrario. Por lo que el se levanto, fue hacia la cocina y volvió con un par de platos. Uno con unas pequeñas foccaccias y otro en el que llevaba unas generosas porciones de salmón sobre una base de arroz. El exotismo de su comida me hizo darme cuenta del contraste entre nosotros, y nuestros platos. Tampoco es que supiera gran cosa de él.

"¿Yo?" Dijo, con una voz levemente sorprendida.

"Tan solo soy el dueño de un bar. Y me gusta, ves a la gente, escuchas a la gente, les echas una mano en lo que puedes, te aseguras que no se hagan demasiado daño... No es un mal trabajo."

La modestia con la que me lo explico fue curiosa. Por lo menos sonaba más interesante que lo que hacia yo. Claro, que para eso... teniendo en cuenta que no hacia absolutamente nada, mas que perder el tiempo intentando escribir algo interesante y estudiando una carrera que no acababa de llenarme. Le explique lo que pasaba por mi mente.

"Hombre, decidiste hacer lo que haces ¿no? Además a mi no me pareces infeliz."

No, no estaba, ni estoy, infeliz. Pero simplemente me encuentro algo desmotivado. Algo... perdido. Es como si no hubiera elegido yo. Al diablo se vaya mi decisión. Hubiera sido más cómodo estudiar una de esas carreras que no hacen nada mas que pasarse el día de fiesta. La expresión de Sam se ofusco, y hablo en un susurro, como si hablara solo.

"¿Por que me culpan de todos sus pequeños errores? Usan mi nombre como si me pasara el día detrás de ellos. Persiguiéndolos, acosándolos para cometer errores. El diablo me hizo hacerlo... Viven sus vidas, plenas. Yo no me meto. ¿Y todo eso de la compra-venta de almas? ¿Cómo podría alguien ser dueño de un alma? No. Ellos son sus propios amos, solo que tienen miedo de afrontarlo."

Por un momento todo me pareció completamente irreal. Como si no hubiera sucedido. Sam, el Sam que yo conocía, seguía allí sentado. Sonriendo, hablando conmigo de mi vida y de su vida. Pero aun así, en algún lugar de mi mente, en eso que los psicólogos llaman el subconsciente aparecía él monologo que acababa de oír. Mire a Sam extrañado. Por primera vez le pregunte quien era.

"¿Yo? Solo soy el dueño de este bar. Al menos ahora..."

Tras una larga pausa. En la que parecía mirarme y preguntarse que pasaba por mi mente suspiro. Y entonces tuve la experiencia más rara que jamás he tenido.

"Mi nombre, el que me dio mi padre, es Samael. Y bueno, ahora soy el dueño de este bar, es la gracia de la vida eterna, puedes probar muchas cosas."

No recuerdo como llegue a casa. Simplemente recuerdo un penetrante dolor de cabeza. De vez en cuando vuelvo al bar. Suelo pedir un té. Pero cuando estamos a solas, Samael y yo prefiero un batido de frutas.

4 comentarios

  1. Raptor Says:

    Dios me ha encantado XDDDDD

    No se es una historia simple pero muy bien narrada y el final es genial >_< el diablo esta en la persona mas corriente y en el sitio más quotidiano, realmente me ha gustado XD

    Bueno queda pendiente mi presentación, a ver si me pongo serio ù.ú

    nos escribimos m.m

  2. Mizel Says:

    Dame la dirección de ese bar. Tengo que decirle un par de cosillas a Sam...

  3. Digi Says:

    uooooooo molaaaaa XD

    com diu el rap m'arada molt com esta narrat XD i vas llegint i fa venir ganes de veure on et portara tot aixo que en principi sembla tan.. "quotidia" XDDDDDDDD

    seguire atento ù.ú

  4. Anónimo Says:

    pos res ja tic comentaaant xD tot i ke no se pk si total sempre dic ke m'encanta el que escrius, i aquest esta en la teva linia...

    tot i que reconec ke es molt original, el final m'ha deixat KO en el bon sentit xD no sabia d'on venia el nom de samael, gracies per l'aclaraccio ^^

    i res, sigue asi repelente-dono...

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